La Asociación Obrera de Conciertos fue un reto cultural y social íntimamente ligado a la Orquesta Pau Casals. La historiadora y profesora de música, Tona Montserrat, relata el origen, la evolución y el significado pionero de una aventura concebida para hacer llegar la música a gente trabajadora que hasta entonces no había tenido acceso.
En el año 1925, por iniciativa de Pablo Casals, se fundó en la capital catalana la Asociación Obrera de Conciertos, una entidad formada solo por trabajadores, para acercar la música sinfónica a la gente humilde de la ciudad y ofrecerles un espacio de disfrute constructivo. La Obrera de Conciertos, como pronto sería conocida, canalizó la pasión por la música y la cultura de una parte importante de los ciudadanos de Barcelona, a la cual habrían tenido que renunciar por su condición social, ya que, al fin y al cabo, desveló aptitudes que, sin la proyección de esta entidad, nunca habrían prosperado.
Un poco antes, en 1919, cuando Casals volvió a Barcelona, encontró el mismo panorama musical lamentable que había dejado hace veinte años antes, cuando salió del país para consolidar su carrera de concertista: carencia de músicos profesionales y de escuelas de música, las cuales, además, estaban pensadas solo para gente acomodada. Ahora, no obstante, el músico tenía dónde poder comparar y sabía que otra realidad era posible. Avalado por su prestigio y convencido que la música era un bien social que había que fomentar, se propuso unificar las dos o tres orquestas sinfónicas que había en la ciudad y crear una que fuera representativa de Barcelona, con músicos del país, capaz de estrenar obras y descubrir nuevos repertorios, así como de mantener una actividad concertista estable y de calidad en nivel europeo.
Tal y como se ha explicado en el capítulo anterior, la propuesta despertó desconfianza y suspicacias por todas partes. Aun así, Pablo Casals decidió crearla por su cuenta, una iniciativa que se concretaría en la Orquesta Pau Casals (OPC) para la cual había seleccionado él mismo a los músicos integrantes atendiendo tanto a sus capacidades musicales como al compromiso que mostraban hacia el proyecto. Un Patronato soportaría el peso económico de la orquesta, pero, mientras no se consiguieron bastantes miembros, Casals cubrió todas las dependidas.
El 13 de octubre de 1920 debutó la OPC en el Palau de la Música Catalana, en Barcelona. La formación sería considerada la primera orquesta moderna del país, tanto por su manera de funcionar con ensayos diarios y regulares durante todo el año, una plantilla estable y profesional con voluntad formativa, la programación de dos temporadas anuales y la presencia de solistas y directores invitados, como por la riqueza, osadía y coherencia de sus programas artísticos. Ahora que se celebran los cien años de su fundación, en este artículo mostraremos hasta qué punto la Obrera de Conciertos se puede considerar la dimensión social de la orquesta. Para hacerlo, pero, tendremos que conocer algunos de sus detalles organizativos.
El final de la Primera Guerra Mundial había dejado una Europa derrota, una circunstancia que supo aprovechar la industria catalana. En Barcelona, las ganancias obtenidas con la actividad industrial se invirtieron en la construcción —se edificó en el Eixample y en muchos barrios obreros, se pusieron en marcha las obras del metro y, sobre todo, en la montaña de Montjuic, se trabajaba para la Exposición Universal del año 1929— y todo ello comportó una gran demanda de mano de obra. La capital catalana dobló su población en poco tiempo, pero, por carencia de planificación, la mayor parte de los recién llegados tuvieron que vivir en condiciones muy duras, incluso miserables, las cuales los ofrecían poco más que la simple subsistencia.
Pablo Casals era consciente de la situación y también de cómo era de difícil, sino imposible, escuchar música sinfónica si no era pagando la entrada a un concierto, más cuando todavía no había en Barcelona ninguna emisora de radio. Por eso, siempre que se podía, el OPC ofrecía conciertos matinales a precios reducidos en diferentes salas de la ciudad. Aun así, la voluntad del maestro iba más lejos, puesto que concebía la música como un factor de cambio social. Y sin implicación no hay cambio. Los conciertos de cariz benéfico aportaban satisfacción, pero nada de nuevo a la sociedad. El año 1925, cuando el OPC tenía basta solvencia, Casals planteó un nuevo reto social y cultural:
«Lo que yo quería era una Asociación específicamente obrera, regida y administrada por los mismos obreros que la compondrían. Muy a menudo, los trabajadores permanecen al margen de la vida musical; yo deseaba que esto no ocurriera en mi país; que los hombres y las mujeres que cada día pasan tantas horas en fábricas, almacenes y oficinas, también pudieran participar en la vida musical y en unas condiciones que esta participación los abriera nuevos horizontes, los enriqueciera el espíritu».
Josep M. Corredor, Conversaciones con Pablo Casals (Editorial Selecta, 1967)
La Asociación Obrera de Conciertos nació fundamentada en un pacto verbal con el Patronato de la OPC, por el cual este pondría la orquesta a disposición de los obreros seis veces el año —coincidiendo con sus habituales temporadas de primavera y otoño—, en conciertos los domingos por la mañana. A cambio, la Obrera de Conciertos se afiliaría al Patronato como institución, abonando la cuota correspondiente, y, además, se haría cargo de los gastos que originara cada concierto, tanto los honorarios de los músicos como la edición de programas de mano, los gastos de la sala o el transporte de instrumentos si hacía falta. El otro gran apoyo del proyecto fue el Ateneo Polytechnicum, una escuela técnica y de cultura creada un año antes con profesores y alumnos de la Escuela Industrial represaliados por el gobierno del dictador Primo de Rivera. El Ateneo cedió a la nueva entidad un espacio dentro de su sede, en la calle Sant Pere Més Alt 27, de Barcelona, de manera gratuita durante el primer año.
La Obrera de Conciertos se declaraba apolítica, aconfesional e impulsada por el amor a la música y la cultura. Integrada solo por obreros, los 33 primeros socios eran alumnos del Ateneo Polytechnicum y la Junta Directiva estuvo presidida por Joan Font i Carbó, mecánico de profesión. Su objetivo era ofrecer audiciones de música sinfónica a sus socios en el Palau de la Música Catalana, el aforo del cual (3.000 personas) marcaría el número máximo de socios que se podría permitir. El pago de una cuota de seis pesetas al año daba derecho a asistir a todos los conciertos, sin distinción del tipo de asiento. La Asociación Obrera de Conciertos se constituyó como una entidad independiente de la Orquesta Pau Casals, no como su rama social, como a veces se puede entender.
Ambas entidades estaban unidas por acuerdos de cooperación y por la presencia iluminadora de Casals con su voluntad de extender la cultura por todas partes y la de tantos colaboradores que la compartían. El 8 de noviembre de 1925, en el teatro Olympia de Barcelona, se presentó en público la entidad Obrera de Conciertos con un concierto exclusivo del OPC, dirigido por su titular. Tal fue el éxito y la avalancha de solicitudes que se recibieron, que la Junta Directiva tuvo que endurecer los requisitos para la admisión de nuevos socios para poder dar prioridad a aquellos que más lo necesitaban.
La iniciativa funcionaría hasta el 1937, doce años durante los cuales ofreció a sus socios 126 audiciones —72 de las cuales fueron sinfónicas—, y todas ellas de altísima calidad. De acuerdo con el criterio de Pablo Casals, la programación fue siempre exigente, sin concesiones a un gusto fácil que la hiciera más accesible al público obrero. Cada concierto, además, iba acompañado de un extenso programa de mano, similar a los editados por el Patronato, con artículos divulgativos sobre las obras, los autores y los solistas que se presentaban. La asociación amplió pronto el campo de acción con la revista Fruïcions, portavoz de la entidad, espacio de expresión y debate para los socios, donde se podían leer excelentes artículos, escritos a menudo por articulistas de la Revista Musical Catalana. Poco después, se estableció un nuevo ciclo de seis conciertos de música de cámara para llenar el tiempo de espera entre las dos tandas de audiciones sinfónicas y un concierto anual de la Banda Municipal. También se programaron tantos conciertos extraordinarios como las circunstancias lo permitían. Más adelante se crearía también la Asociación Obrera de Teatro, con el patrocinio de Adrià Gual; Els Cantors de l’Obrera, un coro mixto dirigido por el maestro Manuel Borgunyó; una biblioteca vinculada al Ateneo Polytechnicum con gran cantidad de partituras y libros de temática musical, y una escuela de música para los socios y familias, Els Estudis Musicals, dirigida y apadrinada por la genial pianista y pedagoga occitana Blanca Selva.
Entre los directores e intérpretes de prestigio internacional que actuaron ante los socios de la Obrera, Casals, podemos nombrar a Eduard Toldrà, Jaume Pahissa, Arnold Schönberg, Manuel de Falla, Joan y Ricard Lamotte de Grignon, Enric Morera, Joan Manén, Ernesto Halffter, Louis Hasselmans, Conxita Badia, Alfred Cortot, Emil Cooper, Albert Wolff, Blai Net, Blanca Selva, Joan Massià, Jelly d’Aranyi, Fritz Busch, etc. El proyecto más deseado de la Asociación Obrera de Conciertos, no obstante, llegó en 1932, con la fundación de su propia orquesta sinfónica, el Instituto Orquestal, formada por socios de la entidad y bajo la batuta del maestro Joan Pich Santasusana. Durante dos años, la formación trabajó con discreción y constancia, consiguiendo instrumentos e instrumentistas, preparando repertorio, ensayando por la noche y haciendo crecer el nivel musical y técnico de sus músicos. Algunos músicos del OPC colaboraron desinteresadamente, así como Pablo Casals y otros miembros del Patronato. Finalmente, el 6 de mayo de 1934, el Instituto Orquestal debutó en el Palacio de Proyecciones de Montjuic, ante un auditorio lleno a rebosar y con la presencia de numerosas personalidades de la política y la cultura.
Pronto, aquella nueva orquesta decidió dejar las salas de conciertos y salió a buscar su público entre aquellos que, por sus circunstancias, no irían nunca al Palau de la Música Catalana:
«Es esta nuestra desazón. Nos falta ver en nuestras manifestaciones artísticas caras morenas y manos rústicas que sientan los escalofríos de una emoción desconocida, acostumbrados a las tinieblas de su existencia llena de repelús (…)».
El Instituto Orquestal creó los llamados mítines-concierto, un nuevo formato de sesiones, didácticas e itinerantes. La organización se dejaba en manos de los agentes sociales de allá donde iban a tocar, involucrando así todas las partes implicadas. La octogésima de músicos de la formación fueron a actuar en fábricas, escuelas, comedores sociales, salas de cines o cuarteles, ante públicos numerosísimos, entusiasmados y agradecidos hasta el punto más alto. Llegados aquí, tiene sentido decir que la Asociación Obrera de Conciertos fue la dimensión social de la OPC, tanto como institución como por la implicación de aquellos que colaboraron por el éxito de su misión, tanto hijos de obreros como familias adineradas. De forma abrupta, el golpe de Estado de 1936 y la consiguiente guerra impidieron a la Obrera de Conciertos continuar la actividad y se tuvo que disolver. Si hubiera seguido no sabríamos nunca las iniciativas que habría puesto en marcha, pero estamos seguros de que la estrella de la obra perdura en las experiencias y los recuerdos de las familias que disfrutaron, en las mejores condiciones, de un bien negado por las circunstancias: la música sinfónica, interpretada por una excelente orquesta y en un auditorio excepcional. De alguna manera, estamos convencidos de que la gesta de la Asociación Obrera de Conciertos contribuyó a hacer nuestra sociedad algo más culta y exquisita.
Artículo publicado en la edición 59 de la Revista 440.